viernes, 23 de julio de 2010

ELENA ANNIBALI (ARGENTINA, 1978)

1-


muchas veces fuimos pobres
no había dinero para ropa o música, pero
el taladro magnífico de dios
caía contra la mañana

las palomas se desbandaban
como si vieran
la comadreja o el halcón

un pedazo de mí entraba en la amargura
como en el pozo del molino
donde la serpiente infectaba
el agua de beber

yo tenía pocos años y ya era
rigurosamente anciana

sabía que el altísimo podía aplastarme la cabeza
enfermar nuestras ovejas
quitarnos el verano, la poca dicha

pero igual miraba siempre para arriba
y bajito decía
que sí, señor, venga a mí la destrucción
lo que deba venir
soy tu surco, señor,
soy tu surco



2-



acá creciste, me dijeron, y pienso
en cómo algo que no fuera solidario con la muerte y su eficacia
pudo crecer aquí

sin embargo, en este centro hubo una mesa
donde derramamos los jugos del hambre

al costado, la pieza de la costura y el juego

al fondo, el baño
con una alberca donde, en invierno,
la piel enrojecía por el frío

hubo, una vez, un gran viento,
me explican

vendrá por mí, también,
vendrá y yo guardaré mi corazón en un puño:

hasta allí llegará su voracidad
y más allá, aún


3-


el aire, de noche, es una lástima,
no alcanza para todos

alguien debe postergar su sueño, alguien
debe levantarse y, en el medio de la noche,
tocar la dorada serpiente del corazón

ella va a despertar
entornará los soles de sus ojos
dará su pan, su veneno

la flor del cuerpo abrirá, entonces,
como una mañana
pero no será la mañana:
será su turbia claridad
el simulacro


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